El desastroso inicio de temporada del Levante hace presagiar otro final de infarto en el barrio portuario de Valencia, donde Pedro Villarroel se gasta el dinero, manda con extrañas formas y peca siempre de escasa paciencia con sus entrenadores. Abel Resino (con el ex bético Sabas como asistente) lo salvó el año pasado pero se ve casi en la silla eyectable a las primeras de cambio. Uno de sus primeros partidos como entrenador de Primera, tras suplir al lebrijano López Caro, fue frente al Sevilla en el Ciudad de Valencia. Aquella tarde de enero, su suicida planteamiento, con una defensa en línea muy adelantado, hizo las delicias de Kerzhakov, que se estrenó como goleador y asistente y en España. También Alejandro Alfaro se cubrió de gloria aquella tarde y llama la atención que ahora esté en el filial, en muy mal momento de forma y aguijoneado por las críticas de Manolo Jiménez, que quiere convertirlo en uno de los pilares de su Sevilla Atlético. El Levante sigue con su política de fichajes internacionales y, tras Tommasi, le ha cogido gusto a los vetaranos jugadores italianos, ya que se ha reforzado con el portero Storari y el delantero Riganò, dos guerreros de la Serie A que deben poner su experiencia al servicio del equipo. Debe ser complicado convivir con un gigante como el Valencia pero tiene entidad (y riqueza) la ciudad para albergar a dos equipos de Primera: no será nunca por falta de medios porque este club no escatima en gastos, como ha comprobado en su propia cuenta corriente David Castedo, el último superviviente del Sevilla de Segunda en la plantilla que tocó la gloria con los dedos. Se le echa de menos al balear: en el campo y fuera de él.
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